A lo largo de la historia, y en muchas culturas, ha habido niños involucrados en campañas militares, incluso cuando estas prácticas estaban en contra de los usos culturales.
El uso militar de niños toma tres formas distintas: los niños pueden tomar la parte directa en las hostilidades (soldados del niño), o pueden ser utilizados en papeles de ayuda tales como porteros, espías, mensajeros, patrullaje y esclavos sexuales; o pueden ser utilizados para la ventaja política como escudos humanos o en propaganda. A través de la historia y en muchas culturas, los niños han estado implicados extensivamente en campañas militares incluso cuando tales prácticas estaban en contra de su propia moral cultural.
La vida de las niñas y niños soldados es sumamente dura y peligrosa: son utilizados como mensajeros, cargadores y espías. Son obligados a colocar explosivos y aprenden a usar pistolas y armas automáticas. Durante su formación militar, para «endurecerlos», muchas veces son obligados bajo amenaza de muerte a asesinar a amigos y miembros de su propia familia. Las niñas y niños que sobreviven durante toda una vida tienen que luchar con las consecuencias de estas crueldades físicas y psíquicas. Las niñas muchas veces son forzadas a satisfacer las necesidades sexuales de los soldados en los campos militares. El reclutamiento de niños como soldados es una práctica que ha sobrevivido hasta la actualidad. Por ejemplo, en las últimas etapas de la Guerra Irán-Iraq, los dos bandos fueron acusados de reclutar a adolescentes para llenar sus filas militares, debilitadas tras años de conflicto. Se acusó a Irán de limpiar campos de minas haciendo que niños corrieran delante de los soldados. En África, el uso de niños soldado en guerras civiles y conflictos tribales es hábito común. Se acusa habitualmente también a distintos movimientos guerrilleros de reclutar o forzar a niños a campañas militares. El problema de los niños soldados es, junto a las minas, una carga para toda África, en forma de personas que no han conocido otra vida que la guerra, muchos de ellos drogodependientes, desprovistos de cariño y con una obsesión fría por la muerte, se convierten en fuente de conflictos; pero muy útiles para los dictadores de cada bando, quienes los utilizan masivamente por su lealtad y pocas reflexiones sobre lo correcto de sus conductas. Numerosas organizaciones como Amnistía Internacional han advertido del peligro que suponen estas prácticas para conseguir el fin de los conflictos y, al mismo tiempo, denuncian la crueldad que se comete con estos niños, privados de su infancia y del cariño de una familia (a la que a veces deben matar ellos mismos para culminar su integración, y que ellos cometen carentes de un código ético y unos mandos ecuánimes, propio de una sociedad en paz.
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